jueves, 18 de septiembre de 2014

My head's under water but I'm breathing fine.

Perder a alguien importante no es un problema en sí, ¿sabéis? El problema es el sentimiento que eso provoca. No es una sensación agradable, pero sí buena, ya que nos recuerda el cómo esa persona ha pasado a formar parte de nosotros en algún momento de nuestra vida.


En mi caso es la segunda vez que me atrapa esa extraña sensación. Es un sentimiento que equivale a cuando sueñas que caes al vacío y nunca llegas a tocar fondo. Crees que no te puedes sentir peor, y entonces das un paso, pero hacia atrás, casi instintivamente vuelves a caer. Lo peor es cuando ves a esa persona y actuáis como si nada hubiese pasado... En ese instante sientes que estás en una nube de la que te caerás. Como un hechizo pasajero antes de volver a la realidad. Piensas que todo ha pasado, que puedes seguir adelante, pero entonces ves una foto, un mensaje... y de nuevo te das de bruces contra la realidad. Otra caída incluso mayor que la anterior.


Y es que joder... ¡¿Por qué?! Ha sido todo tan rápido que no me dio tiempo a asimilar nada, ni el principio ni el maldito final. No recuerdo que me haya pasado algo así antes, no con alguien con quien sabía que no tenía un futuro, no con alguien con quien solo vivía una historia de verano... Si alguna vez me he enamorado, sin duda ha sido esta. Porque dicen que el amor duele. Porque dicen que el amor es injusto. Porque dicen que por amor todos cambiamos. Aunque espero de corazón que no lo sea, porque sino no me lo perdonaría en la vida.


A veces miro atrás y es como si realmente hubiese desaparecido la chica que era antes. Aquello que me caracterizaba en mis relaciones ha desaparecido completamente. No podía enfadarme, confiaba tan plenamente que los celos desaparecían, el orgullo me he obligado a tragármelo y he pedido tantas veces perdón que parecía estar en el corredor de la muerte. Antes era yo la que los hacía llorar, ahora me ha tocado atragantarme con mi propio orgullo.


Pero bueno, todo esto ha servido para darme cuenta de que soy tan humana como todos. Tan jodidamente humana como cualquiera. Capaz de mostrar mis sentimientos, expuesta ante alguien de quien solo podía esperar rechazo. Y si soy sincera, me alegro.










jueves, 4 de septiembre de 2014

A fin de cuentas no soy distinta de aquella idiota...



"No te acuerdes del daño que te hicieron sus mentiras sino lo feliz que fuiste con ellas". Esta cita el perfecto prólogo de mi vida, ya que al fin y al cabo, ha sido toda una mentira. Hasta aquel verano.


Hace cosa de dos años, todo lo que creía, sabía y pensaba sobre mi familia se derrumbó. Todo empezó con una separación, donde todos nos vimos envueltos en mayor o menor grado. Fue entonces cuando aquello que veía como una vida normal se fue al traste. Y es que, por mucho que nuestros padres nos digan que no está bien mentir, ellos son los primeros que no predican con el ejemplo. Aunque sea para protegernos, para que no lo pasemos mal, para que tengamos una vida normal... creo que todos nos merecemos saber quienes somos y quienes son aquellos a los que llamamos familia.


En mi caso, la imagen que había creado de mi padre se esfumó. Siempre había sido su pequeña, su "niña consentida". Él era mi héroe. Tenía fallos, como todo el mundo. Discutía mucho con mi madre, como la mayoría de las parejas. Era estricto, como se supone que deben ser los padres. Y en cuestión de una semana me arrancaron la venda que hasta entonces había tenido en los ojos. Aunque nunca lo pedí, y si volviera atrás, tampoco lo pediría.


El que yo creía un héroe, había sido todo el tiempo el villano. "Eres especial y siempre has sido la favorita" fueron sus palabras cuando me contó todo lo que antes me habían ocultado. No quiero ser la favorita papá, y menos de una persona así. Entiendo que debido al momento en que llegué fui algo especial que, en cierto modo, ayudó a su matrimonio, pero no puedes decir que tienes una hija favorita, a todos tus hijos los tienes que querer por igual, y nunca lo hiciste.


Es cierto que me parezco a él, y eso es lo que más odio. Voy cumpliendo años y cada vez lo noto más. Fría, orgullosa, incapaz de pedir perdón o expresar lo que siento a alguien, calculadora, y lo que peor llevo, mentirosa. Pero claro, he vivido en una mentira ¿no? Y he tenido los mejores maestros. Hasta hace cuestión de dos meses era así, pero me he propuesto cambiarlo, y lo estoy haciendo. Alguien me ha abierto los ojos de tal manera que he podido pedir perdón, tragarme todo mi orgullo y no mentir. Y eternamente le estaré agradecida a esa persona, aunque no sepa el cambio tan grande que ha provocado en mí. 



No quiero ser como mi padre, tampoco como mi madre, ni como mis hermanos. Quiero volver a ser yo, la chica de hace tres años. La situación por la que hemos pasado ha sido difícil, y en mi caso me ha hecho más fuerte, aunque también más desconfiada y cerrada. Ya no creo en los héroes, ni en los cuentos que protagonizan. El mundo es una puñetera sarta de mentiras.


Hace exactamente dos años que empecé a vivir mi vida tal y como es ahora, y la verdad, no sé si me alegro o no. A fin de cuentas no soy tan distinta de aquella niña, de aquella idiota que os creía. Si mentís, queridos padres, hacedlo hasta el final, sobre todo si es para protegernos.


Una verdad a destiempo no es una verdad, y menos si antes ha sido encubierta por mentiras.